El modelo ferroviario planteado en España está ya en el punto de mira, pero las tendencias globales sobre el transporte de masas no solo llevan la contraria al modelo impulsado en nuestra nación, si no que sacan los colores a una red que prioriza la alta velocidad y el populismo político.
A pesar de las inversiones millonarias realizadas en las últimas décadas, la mayoría de las estaciones de tren de alta velocidad se encuentran situadas fuera de las ciudades, lo que dificulta su accesibilidad y reduce su utilidad para los ciudadanos. Este enfoque, centrado en la alta velocidad y el transporte de larga distancia, ha dejado de lado la integración ferroviaria en las urbes, algo que se ha convertido en una necesidad cada vez más evidente y que los planes ambientales buscan impulsar.
Mientras España ha apostado por un modelo de estaciones alejadas de los núcleos urbanos, otros países están haciendo justo lo contrario. En París, la estación de Saint-Lazare se ha convertido en un espacio multifuncional que incluye tiendas, restaurantes y espacios culturales. En Berlín, la estación central se ha convertido en una puerta de entrada emblemática a la ciudad, con conexiones con el transporte público y la bicicleta. En España, la mayoría de las estaciones creadas en las últimas décadas carecen de estas posibilidades. Sants, Atocha, Delicias o Abando jamás hubieran estado en sus localizaciones si el modelo actual hubiera existido cuando se plantearon.
“El modelo español de estaciones de tren se ha centrado demasiado en la alta velocidad y el transporte de larga distancia, en detrimento de la integración ferroviaria en las ciudades”. “Esto ha generado problemas de accesibilidad, congestión y contaminación en las zonas urbanas, que podrían haberse evitado con una planificación más adecuada”.
José María Menéndez, experto en transporte y profesor de la Universidad Politécnica de Madrid
El modelo de integración ferroviaria en las ciudades tiene numerosas ventajas, tanto en términos de movilidad como de sostenibilidad. No solo hablamos de soterrar vías, si no de incluir las mismas en los planes urbanos y minimizar su impacto con zonas arboladas, barreras y normalizando su presencia. La cercanía de las estaciones de tren a los lugares de trabajo y estudio reduce el uso del coche y, por tanto, las emisiones de gases contaminantes. Además, la integración de las estaciones con el transporte público y la bicicleta mejora la eficiencia y la comodidad de los desplazamientos.
Este modelo también está en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, que promueven el desarrollo de ciudades más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Creando redes de transporte limpio capaces de lidiar con flujos de viajeros muy grandes para crear una alternativa mucho más eficiente frente al transporte individual. En este sentido, la integración ferroviaria en las urbes contribuye a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos y a su vez convierte las ciudades en espacios dinámicos, accesibles, limpios y amigables.
Es necesario repensar el modelo ferroviario español, y apostar por una planificación más integrada y sostenible, que no solo priorice fanáticamente la alta velocidad, si no que entienda las demandas reales de la ciudadanía y no deje de basar su funcionamiento y supervivencia en el “pelotazo del AVE”, si no que reivindique su papel promoviendo la movilidad limpia, cómoda, asequible y eficiente.
La integración ferroviaria en las ciudades es una pieza clave de este modelo, que puede contribuir a la construcción de ciudades más habitables, justas y sostenibles. Nuestros políticos deberían haber seguido el ejemplo de sus homólogos europeos y haber expuesto a la ciudadanía que es mejor vivir con vías y zonas ajardinadas que con contaminación, tráfico y restricciones. Claro está, educar a la ciudadanía y preparar redes de transporte para sostener grandes flujos de pasajeros, es mucho más costoso y menos rentable que hacer inauguraciones y caer en el populismo barato.
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